El equipo del Gato Oldrá sigue siendo animador del fútbol argentino. Este año volvió a tener un rendimiento sostenido, y está muy cerca de volver a la Libertadores y dejar afuera a los grandes.
Bajo las sombras, con un perfil bajo propio de un club de barrio pero con la personalidad de los grandes, Godoy Cruz prepara otro brindis de fin de año que contará con una nueva clasificación a un torneo internacional.
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Mientras los grandes se desviven por sumar algún que otro poroto para alcanzar los primeros lugares de la tabla anual, el Tomba es una máquina de generar puntos y los mira desde arriba, sobre el hombro, con la tranquilidad de un equipo que sabe lo que quiere.
Y bajo esa premisa, la de tener en claro lo que tiene que hacer cada fin de semana, el curso del Gato Oldrá logró aprobar la materia más difícil de todo el fútbol argentino: regularidad. Solidez, orden, convencimiento, paciencia, confianza y una personalidad propia de un equipo afianzado fueron marcando el camino que le permite hoy sentarse a la mesa de los mejores. Y hasta darse el lujo de servir el vino.
Daniel Oldrá, mentor y cerebro de la organización, se encargó, cada vez que habló públicamente, de remarcar que a su equipo no le da bola nadie. Y tiene razón. Con un cuerpo técnico que conoce cada rincón del club como si fuera su propia casa, un plantel que tuvo que reconvertirse varias veces y un público que acompañó aún en las misiones más complicadas (hasta enfrentó a la barra), el equipo mendocino se metió por segundo año consecutivo en el selecto grupo de los iluminados.
“Llevamos dos años compitiendo”, es la frase que se hizo una bandera en el mundo Godoy Cruz. Es el lema que se convirtió en el cimiento más fuerte de este último tiempo de la historia del club. Su mandamiento más profundo. Se puede ganar, empatar o perder pero nunca dejar de competir.
Tiene 57 puntos en la tabla anual, es el segundo equipo que más partidos ganó, cuenta con uno de los arcos menos vulnerados y una fortaleza difícil de derribar cuando juega en su tierra. Todo eso le permitió armar otro campañón que muy pocos logran y otros tantos envidian.
Y el miércoles, a La Bombonera, irá como siempre, con sus armas. Con la tranquilidad de saber lo que quiere, con el perfil bajo como bandera y la sed de revancha por las últimas batallas perdidas en ese fuerte, pero principalmente con la simpleza de los chicos y la humildad de los grandes.
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