El 18 de julio de 1993, la barra brava de River libró una feroz batalla contra la Policía en medio del encuentro. Desde la tribuna de enfrente, la hinchada de Boca tomó partido por el viejo rival, reconvertido por un día en socio contra el enemigo superior: “Y pegue, y pegue, y pegue River pegue”.
Hace más de 30 años, el 18 de julio de 1993, sucedió un hecho extraño, inverosímil, más vinculable a la ficción que a lo posible o a lo imaginable, pero que ocurrió en la realidad: fue el domingo en el que la barra brava de Boca alentó a la de River. A los pocos minutos de comenzado un superclásico oficial, Los Borrachos del Tablón libraron una feroz batalla contra la Policía Federal y, desde la tribuna de enfrente, La 12no permaneció indiferente a la pelea. En sus códigos de tribuna y de violencia –que al año siguiente se tornaría, otra vez, en violencia asesina-, la barra de Boca no tomó partido por los efectivos policiales sino por la hinchada de River, el viejo rival reconvertido en aliado y socio momentáneo ante un enemigo superior, la Policía. “Y pegue, y pegue, y pegue River pegue”, alentó La 12 a los Borrachos del Tablón.
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La historia, irrelevante desde lo futbolístico pero válida para entender las leyes de nuestras tribunas –y sólo recordada por los testigos que asistieron a ese partido que River ganó 1 a 0 con el único gol de oro de los superclásicos-, sucedió por la Copa Centenario. Inventada para que los clubes se mantuvieran en actividad en el largo receso del Clausura 1993 al Apertura 1993, mientras en el medio la selección jugaba primero la Copa América y luego las Eliminatorias para el Mundial 1994, fue la primera competición en formato de copa desde comienzos de la década del ’70.
Llamado así por los 100 años de la AFA –y que terminaría ganando Gimnasia en enero del año siguiente-, la AFA programó para la primera fecha clásicos con ida y vuelta a eliminación directa: también se enfrentaron Racing-Independiente, Newell’s-Central, Gimnasia-Estudiantes y Huracán-San Lorenzo. Sin embargo, los hinchas no terminaban de entender esa Copa caída desde el cielo: ¿eran partidos oficiales, eran amistosos, había que darles la misma relevancia que a los del campeonato? De hecho, al primer Boca-River, jugado el sábado 3 de julio en la Bombonera –al día siguiente, Argentina ganaría la Copa América de Ecuador, el último título oficial de la selección hasta 2021-, no asistieron demasiados hinchas: en las tribunas de La Boca había muchos claros.
El superclásico de ida finalizó 0 a 0 pero fue tan malo que mereció haber terminado -1 a -1. Lo mejor estuvo en el duelo de hinchadas que, posiblemente, tenía más chispa que en la actualidad: acostumbrado a partidos con locales y visitantes, el público debía mostrar ingenio en su repertorio de canciones. Los simpatizantes de River, entonces, se burlaron de los locales ante la ausencia de su ídolo, Blas Giunta, marginado por el entonces flamante técnico Jorge Habbeger. “¿Y Giunta dónde está, y Giunta dónde está?”, cantaban los visitantes, mientros los locales respondían con la paternidad –que era flamante, desde 1991-, gritos a favor del mediocampista que debía preparar sus valijas para partir al Toluca e insultos a la directiva. El presidente Antonio Alegre la pasó tan mal que sufrió un ataque con golpes de un hincha en la propia platea, en medio del partido, mientras que al vicepresidente, Carlos Heller, le pasó un maderazo cerca. Lo mismo ocurrió con Habbeger, el entrenador que debió esquivar un proyectil a punto de impactarle.
Siempre enemigos, también hubo un contrapunto por José Luis Villarreal, el talentoso volante que acababa de pasar de Boca a River. Villita había sido campeón con Boca el semestre anterior, en diciembre de 1992, luego de los 11 años sin títulos nacionales de la porción azul y amarilla de Argentina, y debutó esa tarde para River, justo en la Bombonera. Cuando fue a precalentar en el segundo tiempo –ingresó a los 12 minutos por Rubén Da Silva, quien años más tarde haría el recorrido inverso, de River a Boca-, el cordobés fue ovacionado por la hinchada de su nuevo club. Como era de esperar, los locales le gritaron traidor, lo acusaron de haberse hecho gallina por “dos mangos” y festejaron que Basile lo había “cagado” –el técnico de la selección no lo había llevado a la Copa América-.
La revancha se jugó a las dos semanas, el domingo 18 de julio, en la cancha de Vélez porque el Monumental estaba alquilado para un recital de la banda estadounidense Guns N’ Roses. Al público local, es decir el de River, le correspondieron la popular del tablero electrónico y las plateas norte. La gente de Boca ocupó la cabecera oeste y la platea sur, la que está enfrente de las cámaras de TV. En los resúmenes colgados en YouTube se puede comprobar que, otra vez, las tribunas estuvieron muy lejos de llenarse. Pero no dejaba de ser clásico y decisivo, aunque más no fuera para pasar a la segunda fase de la Copa Centenario, y las intimidaciones nuestras de cada día estuvieron presentes desde el comienzo. “Es una tarde de sol, no se la vaya a perder, River va a correr, por todo Liniers”, comenzó La 12 su repertorio.
Pero algo pasó en la tribuna de River a los pocos minutos del partido y, al menos durante unos minutos, la barra de Boca cambiaría las amenazas de siempre por el apoyo menos pensado. Según la revista Sólo Fútbol, “una avalancha en la tribuna de River generó la intervención de la policía y por varios minutos se produjeron enfrentamientos. El saldo fue de 8 detenidos y dos policías y un periodista radial, que cubría la información, heridos”. Y fue allí, en medio de la durísima y extensa batalla entre la barra de River y la Policía, que desde la tribuna de enfrente llegó el imprevisto aliento al rival de toda la vida, “Y pegue, y pegue, y pegue River pegue”. Esa defensa ante el enemigo mayor, la Policía, fue como si proyectaran sobre los Borrachos del Tablón el pensamiento que el presidente de Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt tenía sobre el dictador nicaragüense Tacho Somoza: “Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Para el argot de las barras, primero ellos –aunque sean de otro equipo- y después los policías.
El partido suele ser recordado porque, tras otro 0 a 0 en los 90 minutos, se definió en el tiempo suplementario con uno de los inventos de la FIFA de entonces, los llamados “goles de oro” o de “muerte súbita”: Walter Silvani anotó en el minuto 117 y de inmediato terminó el clásico. En la falta de hábito, incluso, Carlos Mac Allister –defensor de Boca y papá de Alexis, actual campeón del mundo- tomó la pelota desde el fondo del arco y apuró para sacar del medio sin saber que el clásico acababa de terminar. Fue un triunfo muy festejado por un River con mayoría de juveniles –con Marcelo Gallardo, Pablo Lavallén y el guatemalteco Claudio Rojas- en reemplazo por los habituales titulares, convocados a la selección.
Por supuesto, nadie debería romantizar a los violentos: la misma barra de Boca, entonces dirigida y controlada por José Barritta, el Abuelo, mataría al año siguiente a balazos a dos hinchas de River, Walter Vallejos y Ángel Delgado –pibes que no pertenecían a Los Borrachos del Tablón-, a la salida de la Bombonera. Pero este superclásico también marca que, aún entre los barras, surgían apoyos inesperados, como abrazar al enemigo de toda la vida.
*Este artículo fue publicado originalmente el 18 de julio de 2023.