es Administrador Público, Licenciado en Ciencias Políticas, Comité Central de la Juventud Socialista de Chile.
“Lo que más preocupa aquí son las formas en que las voces contemporáneas consideras de izquierda han abandonado las ideas filosóficas que son centrales para cualquier punto de vista de izquierda: un compromiso con el universalismo frente al tribalismo”. Susan Neiman, filósofa y escritora estadounidense en su libro , una cita importante que nos hace replantear las ideas desde la izquierda mirando hacia el futuro en la región y nuestro país.
El pasado domingo 28 de Julio, hace poco más de un mes, millones de personas en toda América y el mundo esperaban expectantes frente a sus televisores el resultado de una elección que podría haber puesto fin a 25 años de chavismo en el país vecino Venezuela. Había componentes que generaban algún cierto grado de esperanza en el pueblo venezolano: la oposición a pesar de todas las artimañas del régimen lograba llegar más articulada y unida que nunca a los comicios, con un despliegue inigualable y con la presión de la comunidad internacional la cual exigía total transparencia de los resultados. ¿Quiénes podrían culparlos por embriagarse de optimismo en dicho escenario después de un cuarto de siglo?
Nadie, más aun con el ejemplo de Chile con el plebiscito de 1988, en el cual sí fue posible aflojar una dictadura con un lápiz y un papel.
La realidad es que, como en todo best seller, la película se volvió a repetir una vez más. Ya en la madrugada y tras varias horas después de haberse cerrado el proceso de votación, Elvis Amoroso, presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE) proclamó como ganador con el 80% de las actas a Nicolás Maduro con el 51,2% de los votos, sin haber presentado de manera pública ningún acta de las mesas con los resultados detallados, ni desagregados a nivel regional. La desazón fue abrumadora y el sentimiento de fraude electoral se hizo carne y denunciado con fuerza desde la oposición, generando un gran eco de socorro internacional que no tardaría en llegar.
De manera inmediata, y acto seguido, los países de la región y el mundo comenzaron a tomar postura política ante la situación que se vivía en Venezuela. Sólo cuatro países del continente reconocieron sin alguna duda las elecciones, entre ellos Cuba y Nicaragua, algo totalmente esperable de parte de dos países en los cuales la palabra democracia perdió todo valor y significado para los habitantes de esas naciones. El laberinto se oscurecía aún más con el respaldo y validación del proceso de parte de potencias como China, Rusia e Irán.
Pero, como en toda película, siempre hay un superhéroe que nos destella con una ráfaga de luz de esperanza. Con una convicción democrática loable, el presidente Boric tomó la posición de vocero en torno a las posiciones críticas sobre la situación de Venezuela solicitando la transparencia de las actas electorales, y luego de constatar que ello no ocurriría, determinó no reconocer el resultado de estas. “No hay duda que estamos frente a una dictadura que falsea elecciones, reprime al que piensa distinto y es indiferente ante el exilio más grande del mundo solo comparable con el de Siria producto de una guerra”, señaló el mandatario, en una de sus intervenciones públicas. La posición del Jefe de Estado dejó en shock la tesis política de la derecha, la cual buscaba en sus intenciones vincular al chavismo a la izquierda chilena con un sinfín de declaraciones y actos que terminaron naufragando en el total olvido.
Esta visión política es una convicción real al interior del gobierno, reforzada por las declaraciones de ministros y por la mayoritaria del oficialismo, con la solitaria excepción de una parte del PC. Destacan en este sentido las declaraciones del Presidente de la colectividad, Lautaro Carmona con expresiones que aseguran la separación de poderes en Venezuela y poniendo en duda la existencia de este pilar fundamental de las democracia en nuestro país, y de la diputada Carmen Hertz, declarando que en el país en cuestión existe mayor libertad de expresión que en Chile. A simple vista se logra apreciar un choque de visiones que trascienden a lo generacional al interior de la casa de Recabarren, se abre una línea de discusión que es fundamental para el comunismo chileno en lo que compete a la política internacional.
Sin etiquetar entre buenos y malos en los que están a favor o en contra del régimen bolivariano, se hace necesario para ellos y para el resto que puedan ratificar una visión única al respecto, ya que, teniendo en cuenta que al ser ellos una excepción respecto al tema, no genera en ninguna de sus forma una amenaza al carácter históricamente democrático de la izquierda chilena. Es fundamental y necesario tener claridades concretas al respecto, en especial desde la atenta mirada del Socialismo Democrático, para que el camino trazado hasta hoy no se nuble y terminemos viendo solo sombras.
La grieta ideológica y valórica expuesta, el análisis entre los puntos de encuentro y desacuerdo entre los partidos oficialistas miran de manera directa hacia el futuro, más allá de una elección venidera sino de cómo la izquierda chilena con su esencia democrática continúa abrazando sin titubear las banderas de la democracia, libertad y la defensa de la dignidad humana en cualquier lugar del mundo.
Al final del día, entre tanta niebla que cubre nuestra región con populismos y dictaduras siempre desde algún rincón aparece un destello en medio del laberinto, en la cual la izquierda chilena en base a su historia está obligada a ser siempre un destello de luz en medio del laberinto.