Hay preguntas eternas como las de Paul Waszlawick en su libro “¿Es real la realidad?, o afirmaciones tan concretas como que “la única verdad es la realidad”, que Perón tomó de Pericles y la hizo parte de su relato político dónde daba rienda suelta a la ficción de la política. La política es ficción.
Claro que la realidad tiene una deformación que está dada por el prisma del observador, que hace de la realidad una percepción que le permite ver, o abrir las ventanas, solo para lo que quiere ver desde su sesgo, que es la mente. A veces abierta, otras veces una cárcel.
Vivir encerrado en un sesgo aleja al ser humano de la realidad absoluta, que es la que existe, la que perturba y la que golpea, por lo que surge la necesidad de negarla como medida de protección frente a la inseguridad. Será por eso por lo que quienes delatan la realidad absoluta son marginales en una sociedad que se conforma con su propia mentira.
En los últimos años Chile sufrió una crisis de desencanto permanente frente a las expectativas y esperanzas prometedoras de bienestar, equilibrio y desarrollo que estaban supuestamente justificadas en la declamada seguridad jurídica, factor clave para optimizar el potencial de crecimiento económico que resolvería las carencias sociales básicas. Además de la ejemplificadora fortaleza legal, Chile se sintió presuntuoso de su prolijidad moral, la que se suponía superior a todo lo que se vivía por los alrededores de la región en términos de corrupción, debacle económica y social, de la que solo estaban exceptuados Uruguay y Costa Rica, con quién Chile competía por la supremacía en calidad de vida y calidad institucional.
Claro que los datos, no necesariamente reflejan lo que sucede en las calles, en siniestros ministerios o en oscuras (aunque elegantes) oficinas de abogados respetables, calificados según los códigos de unos pocos destacables y privilegiados que hacen rankings de ética profesional.
Así como la macroeconomía de un país no refleja exactamente el humor de la sociedad (se pueden tener resultados económicos perfectos en países pobres o con deficiencias sociales crónicas), las apariencias moralistas no reflejan lo que se teje detrás de las paredes de oficinas dónde se cocina el gran pastel…
¿Acaso nos creímos que en los últimos cincuenta años Chile fue un ejemplo de probidad y de transparencia en las instituciones? ¿O tal vez era conveniente disfrazar la oscuridad a partir de mostrar rankings de probidad y de rectitud frente a la ley?
¿Alguna vez nos preguntamos el origen de la ley? ¿Quién la definió?
¿Nos preguntamos si era posible aprovechar la influencia personal de unos pocos elegidos, a partir de contar con información privilegiada para beneficiar a los beneficiados de siempre?
¿Alguna vez nos preguntamos si el interés por la política es el interés por el bienestar general o el interés por el poder porque el poder genera más poder, a partir del acceso a negocios o a un sistema de beneficios impositivos para privilegiados?
¿Acaso el acoso es una novedad?
Claro que es patética y detestable la posición del presidente Boric frente al caso Monsalve, pero podía ocurrir. Sucede entre humanos. No permitido a un presidente.
Claro que es deplorable que el tesorero y pariente de un ex presidente fallecido maneje una caja y tenga una relación de negocios con uno de los abogados más “hermosos” del país.
Claro que es falso que la corrupción es darle un billete a un carabinero para que no nos multe, sino que corrupción es que exista colusión entre empresas, acuerdos para eludir impuestos y tener una connivencia con el gobierno de turno, más allá de las ideologías de los involucrados.
Las ideologías son para los imbéciles, los negocios son para los que viven de los imbéciles.
¿Nos sorprende el Chile de hoy?
Sería lamentable pensar que no nos damos cuenta que lo que parece ser no es. Ni somos ni fuimos los tigres de la región (los verdaderos estaban dormidos), ni somos los más pulcros y éticos…
Entonces, será necesario despertar para convivir con lo que existe como verdad absoluta, y dejemos atrás la atroz inocencia, y digo atroz cuando la inocencia viene con mala intención. Nada peor que un inocente mal intencionado. Siempre es preferible un mal tipo declarado.
Si queremos ser un país desarrollado (falta bastante), lo necesario será tocar un punto de partida que equipare el terreno para vivir en una verdadera democracia liberal sin privilegios para ninguno de los lados, y mucho menos para poderosos abusivos.
Tenemos que entender que no vivimos en un oasis, ni en Disneylandia. Tenemos que entender que esto sucede, que es y que será así.
Y que no nos sorprenda, porque debemos anticiparnos.
Por favor, darse cuenta.