2025-02-23
Desarrollo y tecnología con brújula

Desarrollo y tecnología con brújula

En la era del desarrollo tecnológico, la digitalización y la inteligencia artificial, la sociedad parece haber adoptado —quizás con mucha liviandad— una consigna progresista: la tecnología y su avance garantizará, a todo evento, un mayor progreso y prosperidad. Esta afirmación, sin embargo, tiene muchos matices. Es cierto que actualmente, las empresas más valiosas del mundo son tecnológicas y que la adopción de nuevas tecnologías ha generado, en muchas industrias, un aumento en la productividad y un mayor desarrollo económico. No obstante, al desarrollo tecnológico desenfrenado le subyace una serie de riesgos que, si no son abordados en la discusión pública, pueden erosionar el tejido social y democrático, además de acentuar la desigualdad económica.

En su reciente ensayo “Poder y Progreso”, Daron Acemoglu y Simon Johnson —economistas galardonados con el premio Nobel— advierten sobre estas problemáticas. Con vasta evidencia historiográfica y económica, su postulado sostiene que la irrupción de la tecnología en la sociedad moderna sólo ha generado prosperidad compartida cuando existen instituciones que promuevan una distribución equitativa de sus beneficios. Bajo esta premisa, Chile, en su aspiración de convertirse en un país líder en desarrollo tecnológico —objetivo que debe ser ambicioso y de largo plazo—, no puede ignorar estas advertencias.

Si bien es cierto que la introducción de nuevas tecnologías ha incrementado la productividad media de las empresas —en Chile sólo hay evidencia para las grandes empresas— , esto no se ha traducido necesariamente en un aumento de la productividad marginal. En otras palabras, producimos más, pero no siempre generamos una mayor demanda de mano de obra; en muchos casos, ocurre lo contrario. Tal es el caso de los miles de empleos que hoy corren el riesgo de ser reemplazados por la automatización. De hecho, como evidencian los autores, muchas empresas invierten en automatización no porque sea más eficiente, sino porque les permite reducir costos salariales, aunque la productividad agregada no aumente significativamente.

Cuando la automatización avanza sin políticas que resguarden el rol complementario del trabajo humano, los trabajadores terminan participando menos en la renta nacional, mientras que los dueños del capital y los sectores tecnológicos acumulan riqueza, aumentando la desigualdad económica. Y aunque el capital es un vector fundamental para el desarrollo económico, éste no puede prescindir de la creación de más y mejores empleos. La automatización no es inherentemente positiva o negativa, pero sus efectos pueden ser devastadores para las familias de clase media y baja si no se implementan estrategias que permitan adaptar el mercado laboral y el capital humano a los nuevos desafíos de la era tecnológica.

Ahora bien, todas estas advertencias no son motivos para frenar la agenda tecnológica. Por el contrario, Chile debe idear un plan de largo plazo que siente las bases para convertirnos en un país que lidere el desarrollo científico y tecnológico en la región. Un plan que impulse la conversión del capital humano, con un sistema educativo moderno, alineado con las nuevas demandas del mercado laboral y que potencie habilidades como el pensamiento crítico, la resolución de problemas y el aprendizaje rápido. Es imprescindible promover la formación continua de competencias en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, así como concebir un sistema laboral más flexible y moderno, que facilite la adaptación a los cambios tecnológicos. Es imperativo flexibilizar jornadas así como reducir costos de contratación y despido para fomentar una mayor movilidad laboral.

La era de la tecnología y de la irrupción de la inteligencia artificial puede ser un factor clave en el tan anhelado salto hacia el desarrollo. Pero su incorporación debe darse en un marco institucional sólido e inclusivo, y no con tomadores de decisiones que repitan a ciegas la consigna de que todo progreso tecnológico, sin adaptación ni regulación, trae prosperidad compartida. Necesitamos de una clase política que se anticipe a los cambios tecnológicos que se avecinan a toda velocidad, con sentido ético y una mirada estadista. No se trata de resistirse al desarrollo tecnológico, sino de integrarlo con inteligencia y previsión, conscientes de que su impacto en la prosperidad dependerá, en gran medida, de las instituciones que lo encaucen y de la voluntad de quienes lo lideran.

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