En 2024, la tasa de retención de primer año de pregrado alcanzó un 76,5%, el nivel más alto registrado desde 2007, lo que refleja un avance positivo, aunque aún insuficiente. Este dato es revelador: un 23,5% de los estudiantes que ingresan a la educación superior no logran completar su primer año. La cifra, aunque mejorada en comparación con años anteriores, sigue siendo alarmante y pone en evidencia un problema que, lejos de resolverse, continúa afectando a una parte significativa de la juventud chilena.
Uno de los factores más destacados en este panorama es la brecha entre los diferentes tipos de instituciones. Las universidades presentan una tasa de retención del 82,7%, considerablemente superior a los institutos profesionales (IP) y centros de formación técnica (CFT), que se mantienen por debajo del 73%. Este desfase pone de manifiesto la necesidad urgente de fortalecer la calidad educativa y el apoyo institucional en los IP y CFT, donde la retención sigue siendo más baja, lo que podría estar contribuyendo a una menor continuidad académica y profesional.
Así mismo, otro elemento a considerar es el impacto de los beneficios estudiantiles. Los estudiantes que cuentan con algún tipo de apoyo (gratuidad, becas, créditos) tienen una tasa de retención de 82,4%, en comparación con sólo un 65,7% para aquellos que no reciben beneficios. Esto subraya una realidad ineludible: las becas y apoyos sociales no son solo un incentivo económico, sino un factor determinante para garantizar la permanencia de los estudiantes en el sistema. En este sentido, es imperativo continuar y expandir los beneficios estudiantiles, sobre todo en las carreras técnicas y profesionales, que enfrentan desafíos mayores en términos de retención.
Otro de los factores clave que afecta la retención es la falta de orientación profesional adecuada. Muchos jóvenes, especialmente aquellos que son los primeros de sus familias en acceder a la educación superior, carecen de un apoyo suficiente para tomar decisiones informadas al elegir su carrera. La falta de orientadores capacitados que acompañen a los estudiantes en este proceso puede llevar a elecciones precipitadas o mal fundamentadas, lo que incrementa el riesgo de deserción. Este vacío en la orientación vocacional dificulta la integración exitosa de los estudiantes al sistema educativo y profesional, lo que puede resultar en una falta de motivación y compromiso con sus estudios.
Con la llegada de marzo, el inicio del nuevo año académico se perfila como un momento clave para abordar estos desafíos. Es imperativo que las instituciones educativas fortalezcan sus programas de acompañamiento, ofreciendo tutorías, asesoramiento personalizado y más recursos para los estudiantes, especialmente en los primeros años, cuando las tasas de deserción son más altas. Además, las políticas públicas deben seguir promoviendo la equidad en el acceso y la permanencia, asegurando que todos los estudiantes, independientemente de su origen socioeconómico, tengan la oportunidad de concluir sus estudios y acceder a una educación superior de calidad.
Si bien hemos visto avances en las tasas de retención, es innegable que aún queda un largo camino por recorrer. La deserción del 23,5% es un llamado urgente a la acción. La educación superior debe ser una puerta abierta para todos, pero esa puerta sólo puede mantenerse abierta si logramos construir un sistema que acompañe, respalde y valore a los estudiantes en cada etapa de su formación.