Las recientes elecciones municipales nos dejaron respuestas claras en torno a la continuidad o las nuevas administraciones locales de las 345 municipalidades que componen nuestro país de aquí al año 2028. Más allá del recambio o la permanencia de las autoridades, hay algo que todas tienen en común, y es la necesidad de evaluar la gestión previa para rescatar y proyectar los aspectos positivos.
En el caso de nuestra comuna, creemos que es importante reflexionar sobre cómo la cultura se convirtió en un eje estratégico dentro de la administración de los últimos años, y en una herramienta clave para enfrentar desafíos como la integración social. Con una población heterogénea en cuanto a edades, distribución de ingresos y ubicación geográfica, Lo Barnechea ha confirmado que la cultura es un puente que nos permite acortar brechas e integrar a los vecinos desde su diversidad como ciudadanos cada vez más plenos, empáticos y participativos.
La experiencia de la comuna, liderada por el alcalde Cristóbal Lira -quien próximamente concluye su periodo-, estuvo marcada por varios hitos. El primero de ellos fue dar énfasis al valor del patrimonio. Para ello, se puso foco en las tradiciones únicas que posee Lo Barnechea y se realizó un profundo involucramiento con los representantes de esas tradiciones, entre ellos arrieros, folcloristas, artistas y artesanos, materializando acciones concretas relacionadas con el patrimonio y las tradiciones locales como la revitalización de fachadas, el realce a los oficios y celebraciones características como Cuasimodo, pasacalle a la Virgen del Carmen, y otras que relevan la identidad local.
Otro eje fundamental ha sido el entender la educación más allá de lo académico. Además de los esfuerzos para reforzar la calidad de la educación entregada a los alumnos, se tomó el modelo finlandés para la prevención y, desde la cultura, complementamos la malla curricular con experiencias significativas por nivel, enriqueciendo los contenidos curriculares con visitas a museos, exposiciones, charlas, talleres, actividades en la naturaleza, tanto inmersivas como multimediales. La juventud ha sido una prioridad, con ofertas innovadoras como el Carnaval del Cómic, la ludoteca y Fichas a la Calle, encuentros de danza urbana, el Concurso de Programación Juvenil, y el pronto ascenso al cerro El Plomo de un grupo de jóvenes que se han preparado física, cultural y espiritualmente para llegar a la cima.
Y no podemos olvidar el ámbito territorial. Somos una comuna compuesta mayoritariamente por montañas. Hemos trabajado en la toma de conciencia de este patrimonio natural y creamos una programación cultural contundente que ha contribuido a visualizar esta valiosa condición geográfica. Iniciativas como el Centro de Interpretación del Niño del Plomo y su realidad virtual, más una exposición análoga, son un reflejo del interés por valorar lo nuestro y amplificar su alcance a más personas gracias a la formación de alianzas colaborativas como las que concretamos con la Universidad Católica y el Museo Nacional de Historia Natural.
Estos últimos años, hemos avanzado en demostrar que la cultura no debe estar circunscrita a los espacios propiamente culturales, sino que cuando la llevamos a los territorios, su rol transformador puede ser aún más potente. Es bueno reflexionar acerca de la cultura como un medio y no sólo como un fin en sí misma: la cultura conecta, forma y transforma, alegra, despierta, desarrolla, provoca y lo más importante, une. Hace que todos nos sintamos realmente iguales y rompamos los estereotipos que suelen marginarnos y separarnos. Proyectos como la Galería 18 en el cerro del mismo nombre, el musical de vecinos cada año en primavera, los concursos fotográficos, los murales comunitarios y las actividades en espacios públicos nos demuestran que una política cultural requiere estrategia, planes y objetivos para orientarse a generar vínculos donde antes solo existían distancias.
El trabajo no acaba aquí, y a futuro la meta es potenciar aún más estas instancias. Pensemos por ejemplo en las crisis que vive nuestro país en materia de salud mental, bienestar, seguridad en los barrios y en la desconfianza hacia las instituciones tradicionales. En vez de enfocarnos en lo negativo, este escenario nos abre una ventana para debatir acerca de nuevas maneras de resolver los desafíos considerando el impacto social y comunitario. Aquí es donde la cultura toma un rol fundamental como pilar esencial de la vida y el desarrollo humano, además de catalizadora de emociones en un contexto donde las personas se han visto expuestas a fuertes cuestionamientos.
Una política cultural con estrategia y transversal, como herramienta de cambios positivos, avances y desarrollo para las comunidades, nos permite plantear su replicabilidad en otras comunas y regiones, aportando a las iniciativas públicas más allá de los gobiernos de turno y colaborando al bienestar de nuestros vecinos y de todos los chilenos. Es evidente la necesidad de incorporar la cultura como elemento estratégico a las políticas de desarrollo nacionales, de cooperación e internacionales.