Cierta preocupación ha generado la propuesta del Mineduc de reducir de 8 a 5 las horas lectivas de Lengua y Literatura en los primeros años de enseñanza básica a cambio de aumentar las de inglés. Si bien nadie cuestiona los beneficios cognitivos de aprender otro idioma -como el desarrollo de la memoria o la plasticidad cerebral-, la medida parece ignorar la actual crisis de comprensión lectora y el gran analfabetismo funcional que presentan los niños y adultos de nuestro país.
Los datos reflejan la alarmante crisis educativa: según la OCDE, más del 50% de la población chilena entre 16 y 65 años tiene un nivel insuficiente de comprensión lectora. A esto se suman los resultados del último SIMCE, que revelan no solo un rezago educativo significativo, sino también una brecha socioeconómica considerable en las pruebas de lectura.
En este contexto, debemos comprender que el lenguaje no es sólo una herramienta académica, sino la base para reducir desigualdades. Un estudio realizado por Education Consumers Foundation evidenció que la cantidad de lectores competentes en tercero básico predice en gran medida la cantidad de estudiantes que serán competentes cinco años después, relacionándose, a su vez, con el nivel de preparación para el trabajo y la universidad.
Así, una mejor comprensión lectora no solo abre puertas a un sinfín de conocimientos, sino que permite mayor movilidad social, acceso a oportunidades laborales, desarrollo de la identidad personal e, incluso, una mejor salud mental. Un plan integral de lectura -con estrategias focalizadas en estudiantes con mayor rezago- no solo ayudaría a mejorar el desempeño en otras asignaturas, sino que también sería un antídoto contra la frustración escolar, el ausentismo y la deserción.
Tanto esta iniciativa, como la incorporación del curso “Lengua y Cultura de Pueblos Originarios y Ancestrales” sin una base sólida de lectoescritura, podrían profundizar la crisis. Ambas propuestas, aunque bien intencionadas, corren el riesgo de marginar aún más a quienes se encuentran rezagados, pues restan horas claves para construir el aprendizaje y la comprensión en el aula.
Confiamos en el compromiso del Consejo Nacional de Educación y en el riguroso proceso que han llevado a cabo para estas medidas. Pero, al mismo tiempo, apelamos a que se reevalúe esta distribución de horas y se considere volver a implementar la medición temprana de lectura en el SIMCE de 2° Básico. Nuestra prioridad deben ser esos miles de niños que avanzan de curso sin entender lo que leen, quedando excluidos del poder transformador de las palabras.