El 7 de octubre del año pasado Israel sufrió un artero ataque de la banda terrorista Hamás, armada y equipada por Irán, el “Estado Islámico” que sin duda alguna organizó la invasión. El estado que oficialmente propone a exterminar a todos los “infieles”, a todos aquellos que no confiesan su misma fe. Más de mil personas, casi todas civiles, muchos de ellos niños y ninguno en servicio activo en el momento de morir, fueron masacrados y centenares brutalmente secuestrados, torturados, muchos de ellos asesinados y aún casi la mitad, viva o muerta, en poder de los terroristas. Es lógico que Israel ataque a Gaza, el territorio donde Hamás está inserto, al que domina y cuya autoridad nunca hizo nada para erradicarlo. Sus miembros se esconden en escuelas, hospitales y campos de refugiados, usando como escudo humano a la población, sin importarles que por cada miembro de su grupo que muera, morirán cien inocentes. Desgraciadamente, algo que ocurre en todas las guerras y para lo que Hamás estuvo siempre preparado; más aún, estuvo siempre en sus intenciones provocar la muerte de sus compatriotas para, con ello, demonizar a Israel. Y lo está logrando con creces.
Su ataque fue la iniciación de una guerra no declarada, comparable al ataque japonés a Pearl Harbour en el siglo pasado, que desencadenó una respuesta estadounidense sin precedentes de cantidad de víctimas sufridas por la isla que provocó esa guerra. Mientras Israel se desgasta ante el mundo, acusado como una potencia destructora, asesina y genocida (no hay que ir lejos, en casa está el ejemplo, encabezado por el Presidente Boric) pocos se dan cuenta que no tiene otra salida que hacer el máximo daño a los terroristas pues aunque termine la ofensiva y se retire de la Franja, Hamás seguirá adelante con sus ataques y no hay seguridad que siquiera devuelva a las y los secuestrados. Si es que están con vida.
Hamás está inserto en Ghaza y no hay como separarlo de la autoridad Palestina; una política inteligente que obliga a Israel a cometer los – en una guerra siempre atroces – actos por las cuales poder culparla y encima sembrar el antisemitismo en el occidente y azuzar el odio en el mundo musulmán hacia los judíos.
Irán está detrás de todo y va mucho más allá del ataque del 07/10: está férreamente decidido cumplir su sueño de décadas: destruir el estado de Israel. Sus huestes en Líbano, representados por el Hezbollá, son enviados a provocar al segundo frente de guerra en el norte del país hebreo. Y Hezbollá es tan, o más poderoso que Hamás, operando desde Líbano que es otra víctima ya que no tiene suficiente fuerza – ni la intención – para enfrentar a Israel; ni para echar o siquiera reprimir a Hezbollá, que domina a sus anchas en el país y logra el mismo efecto que Hamás: pierde algunos miembros pero por cada uno mueren muchas/os libaneses, que son mucho menos implicados en el conflicto que lo palestinos… Leí que, cito, “Khalil El Helou, general retirado del ejército libanés, afirmó que el papel del ejército libanés es mantener la estabilidad interna, porque hoy la situación interna es delicada”. Eso lo dice todo.
En el fondo, el que está perdiendo es Israel: además de humanas, sufre inmensas pérdidas económicas, endeudamiento con los países que la apoyan (USA, Alemania, etc.), desprestigio mundial alentado por el antisemitismo de siempre, mientras Irán se beneficia fabricando y exportando armas, drones y cohetes y mantiene la tensión en el Medio Oriente, aunque no cuente con la simpatía de otros países árabes como Arabia Saudita, Irak, Siria, Emiratos, Líbano o Jordania. Y es a Hamás y Hezbollá a quien sacrifica; son Palestina y Líbano que resultan destruidos.
Irán detrás de todo. Además de sus devastadores ataques a Israel desde su propio territorio, financia y provee de armamento ahora los Hutíes de Yemen y los manda a perjudicar a cualquiera que use el Mar Rojo, echando la culpa a Israel, que ahora lucha en cuatro frentes: dos por tierra y dos por aire. Está gastando en el de aire sus defensas anti-cohetes, difíciles de fabricar a la misma velocidad que los gasta. Es como estar en arenas movedizas: más se mueve la víctima para salir, más se hunde. Porque lo que los detractores de Israel ignoran o no quieren reconocer es que la víctima más grande es Israel. Su existencia, su supervivencia está otra y otra vez y nuevamente en peligro. Su única salvación es la ayuda que Occidente le está tendiendo, la única soga a la que aferrarse. ¿Pero: hasta cuándo durará esa ayuda?
Nadie sería capaz de explicar con la más mínima lógica cuál es la razón de querer liquidar a Israel e, iré más allá: los judíos en general en el mundo. Tampoco comprendo el despertar del antisemitismo en Chile, un país donde los relativamente pocos judíos nada hemos hecho contra lo que consideramos nuestro hogar. ¿Qué hemos hecho para que el Presidente no sea capaz ni de desearnos feliz año nuevo, como solía hacerlo a todas las comunidades?
No hay con quien negociar una paz, un verdadero fin de la guerra. Ninguno de los tres terroristas es confiable: seguirán hostigando a Israel porque Irán los empujará; y la paz con Irán no es posible. La guerra entre Israel e Irán hoy es tecnológica ya que ninguno de los dos países tiene la posibilidad de enfrentarse físicamente. Aún. ¿Podría Irán destruir a Israel? A la larga, sí. ¿Quién puede hacer más daño al otro? Evidentemente Irán a Israel. Lleva la ventaja que sus fanáticos están dispuestos a inmolarse cegados por la convicción que su sacrifico les aportará cien vírgenes en el cielo. Es un chiste amargo preguntar qué harán con ellas. Y pocos del Occidente comprenden que la República Islámica es una dictadura religiosa, basada en un milenario credo que castiga cualquier “infidelidad” y tiene la mitad de su gente, las mujeres, al nivel de su ganado; en el siglo XXI cuando el Occidente está finalmente nivelando la cancha entre sexos.
Comencé a escribir estas líneas antes de leer la opinión de Mariana Rosenberg en la edición de hoy de El Dínamo (12/10), con la que estoy total- y naturalmente de acuerdo. Pues sufrí -aunque sobreviví- el Holocausto por lo que nadie puede negarme que existió; fue la organización de exterminio más grande, inhumano y cruel de la historia humana que se llevó gran parte de mi familia.
Hoy, a mis 92 años, no veo la salida todavía ni de la guerra israelí, ni del antisemitismo universal. A pesar que perdí mi fe en cualquier potencia celestial, sólo me queda rezar. Rezar en medio de un mundo humano que no es capaz de aprender de su pasado, que no se da cuenta que está destruyendo a su propio mundo.