es abogado
Corren tiempos intensos, sin duda, acentuados por la sensación de urgencia, incertidumbre y riesgo. No hay prácticamente lugares donde el paso del tiempo transcurra plácidamente, ni tampoco donde las preocupaciones no existan. Es el signo de esta época.
Eso se vió en la reciente reunión anual del Foro de la Islas del Pacífico (PIF por sus siglas en inglés), que se realizó en Tonga entre el 26 y 30 de agosto. Esta instancia, que congrega a 18 miembros plenos y que fue fundada en 1971, procura articular a las naciones insulares y territorios del Pacífico, repartidos en una vasta extensión entre Asia y América. Desde el punto de vista de su superficie, población y economía, estos países y dependencias son insignificantes. Dentro de los 18 miembros digamos que solo destacan regional y globalmente Australia y Nueva Zelandia. Sin embargo, si tomamos en cuenta su área marítima y todo lo que ello significa en materia de pesca, depósitos mineros y rutas navieras, entonces la percepción cambia. Solo en lo que se refiere a los recursos mineros, en la forma de nodos polimetálicos en el lecho marino, esta zona podría constituirse en uno de los principales centros de extracción a nivel global, con metales estratégicos para las energías renovables y la electromovilidad como el cobalto, níquel y cobre.
Estos países y territorios han vivido por mucho tiempo a un ritmo pausado, centrados principalmente en el turismo y otros servicios, pero este estado de cosas ha cambiado radicalmente en los últimos años. Para empezar, el cambio climático y su efecto en el alza del nivel del mar amenaza la existencia de buena parte de estas naciones. Por eso y desde hace ya varios años, especialmente en el contexto de la Conferencia de las Partes (COP) del Acuerdo de Paris, sus autoridades han tratado de llamar la atención sobre su situación e impulsar los mecanismos monetarios y las transferencias asociadas desde los estados más ricos para mitigar las consecuencias del cambio climático y adaptarse a su impacto.
En esta ocasión ese tema ocupó un lugar central y concurrió el Secretario General de Naciones Unidas.
La seguridad también fue una prioridad de la agenda, especialmente desde la perspectiva policial. Lamentablemente estas islas paradisíacas no están exentas del crimen organizado y en los últimos años ha habido una penetración importante de este fenómeno. También en varios territorios la situación social se ha deteriorado, lo que ha generado disturbios y hasta enfrentamientos entre comunidades. En ese contexto, China que viene sosteniendo una doble estrategia en el área – asegurar alianzas para evitar la asfixia marítima estadounidense y construir puertos para su servicio, así como restar reconocimientos a Taiwán – ha suscrito acuerdos de seguridad policial con algunas naciones, despachando contingentes a esos lugares para ayudar al control del orden público, al mismo tiempo que para entrenar a las fuerzas locales. Esto por supuesto ha generado preocupación en Australia (además de Estados Unidos), que tradicionalmente ha sido la principal fuente de cooperación en este foro.
La irrupción de China en esta región marítima e insular ha activado una competencia entre quienes eran los aliados tradicionales de estos estados y la nueva potencia, lo que ha permitido a estas naciones elevar su influencia jugando a dos bandas. Esto se ha traducido en más cooperación por parte de las potencias occidentales, lo que incluyó en esta oportunidad recursos adicionales para adaptarse a los efectos del cambio climático.
La rivalidad entre China y Australia y Estados Unidos también se reflejó en el ingreso de nuevos miembros asociados. En esta oportunidad asumieron en esa condición los territorios estadounidenses de Samoa y Guam, no obstante la oposición de las islas Salomón, el principal aliado de China.
Una situación anecdótica pero que refleja la influencia de China, fue la bajada y nueva redacción de la declaración final de los líderes, que originalmente contenía un párrafo alusivo a Taiwán y que ante el reclamo chino fue inmediatamente eliminado. Por lo tanto, si bien China no logró impedir el acceso de los territorios estadounidenses, sí impuso su voluntad en materia de “una sola China”.
Concluyó entonces una nueva versión de la cumbre anual del PIF, reflejando el fortalecimiento de su posición en el contexo mundial, aunque es poco lo que ha logrado en materia de cambio climático. Tanto por este tema como por la competencia hegemónica y los recursos minerales, estas islas se han ganado un lugar más relevante, aunque sea desde la perspectiva de la observación y del monitoreo de las principales potencias.
En el intertanto y en la ribera occidental del Pacífico, han escalado las escaramuzas entre China y varios otros estados ribereños. En efecto, en estos días un avión de vigilancia electrónica chino y un navío militar también de ese país ingresaron brevemente a la zona marítima nipona en una zona distinta a los espacios tradicionalmente contestados como el archipiélago de las islas Senkaku o Diaoyu. Esto por supuesto desató la inmediata reacción de los japoneses, que despacharon aviones para expulsar a los intrusos. Esta movilización fue seguida por protestas diplomáticas y citas al embajador chino para representarle la molestia del gobierno nipón.
Aunque son comunes las incursiones chinas, como señalé, en estos últimos casos se han dado en zonas distintas a las más frecuentadas. El objetivo puede ser probar la reacción de las fuerzas japonesas, pero también escalar la tensión, teniendo como telón de fondo a Taiwán.
Si de escalar se trata, ciertamente Japón se está tomando en serio el tema de la defensa, especialmente considerando la eventualidad de un triunfo de Trump y su retiro parcial o total de la región. Y aunque ello no ocurriera, hay un cambio en el liderazgo japonés, determinado a disminuir su dependencia defensiva de los Estados Unidos. Para el 2025 habrá un segundo aumento extraordinario en materia de defensa, acercándose al 2% del PIB. Esto aún cuando ya está claro que el primer ministro Kishida renunciará el próximo mes, al desistir de liderar el partido gobernante. Cualquiera que le suceda muy probablemente no cambiará el curso en materia de seguridad y defensa.
En Corea del Sur también el ánimo del gobierno y de la sociedad está inclinado al rearme, en un país que a diferencia de Japón ha contado siempre con un alto presupuesto en materia de defensa, por su vecino norcoreano. Lo llamativo es que ahora casi dos tercios de la población favorecería el desarrollo de armas nucleares. Técnicamente ello sería posible, pero tanto Estados Unidos como China no verían con buenos ojos esto, considerando la volatilidad de la península coreana.
La percepción de mayor inseguridad ha seguido uniendo a los japoneses y surcoreanos, los que han establecido niveles de cooperación en el campo de la defensa y seguridad que no se habían visto en muchos años, incluso a pesar de fuertes diferencias respecto de temas aún abiertos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Más al sur, Filipinas y China han tenido diversos conatos por el control de ciertas islas e islotes, lo que ha generado el efecto de empujar a los filipinos a retomar su relación de defensa con Estados Unidos así como a profundizar vínculos militares con otros países de la región como con Japón.
El Pacífico Occidental está agitado. Está por verse si el resultado de las elecciones estadounidenses aumentará significativamente esa agitación. Mientras tanto todos los actores están preparándose para condiciones más tempestuosas. Tomemos nota desde la orilla oriental de esta cuenca.