Chile cuenta actualmente con tres ministros de la Corte Suprema enfrentando acusaciones constitucionales, una acusación ya presentada contra la ministra del Interior, un amago de acusación contra el Presidente de la República y la reciente renuncia del general director de Carabineros. Son asuntos que entremezclan méritos y motivos bien variopintos y disímiles, pero que escenifican algo evidente: ingobernabilidad. Quizás este caos y desgobierno para muchos es solo un dato más de la causa, sin embargo a estos casos los envuelve una gravedad especial ya que esto ocurre mientras el narcotráfico y el crimen organizado crecen de manera imperturbable y cada vez menos silenciosa.
Detrás de la ingobernabilidad está el elefante en la habitación: un sistema político fragmentado y fragmentador, que dificulta los acuerdos de Estado y favorece las agendas de nicho cortoplacistas. Pero más allá del sistema, hay una serie de prácticas reiteradas que dan forma a una verdadera cultura política, fruto de estos mecanismos de incentivos –estas cosas siempre tienen algo de “el huevo o la gallina”–, que contribuye en definitiva a profundizar estos defectos. Tenemos partidos políticos atrapados en lógicas mezquinas, polemizando por un espacio en los medios y celebrando como una suerte de logro político la realización de una conferencia de prensa para anunciar alguna medida efectista o solamente como meras performance.
Desde luego que la política partidista dista mucho de ser fácil. Tomarse en serio la envergadura de nuestra crisis implica salir del mantra simplón que tanto asentimiento logra en todos lados al estilo del llamado a “que se vayan todos”. En el mundo de los partidos también hay gente valiosa, cuyos esfuerzos seguramente pasan en general desapercibidos y cuya vocación de servicio debe ser real. Ocurre que nuestra política tiene poderosos incentivos para la lógica binaria y la puesta en escena performática, lo cual se condice con un mundo digitalizado y de algoritmos burbuja que premia lo inmediato, lo superficial, lo drástico y lo maletero.
Sin embargo, es un problema reducir la responsabilidad a los sistemas e incentivos, porque damos por asumido que la realidad, salvo que venga la bendita reforma prometida, se mantendrá imperturbable. Es decir, tendríamos una cultura política arraigada autodestructiva, pero no sería posible cambiarla sin ciertas reformas y en el intertanto ella se sigue expandiendo y reproduciendo por sus actores. Recuerda a Radomiro Tomic: “Todos saben lo que va a ocurrir, todos desean que no ocurra, pero cada cual hace precisamente lo necesario para que suceda la desgracia que pretende evitar”. Es difícil romper un círculo vicioso así.
Daenerys Targaryen, personaje ficticio de la afamada serie Juego de Tronos, ante la existencia de un círculo vicioso de violencia que parecía inexorable, se propone “romper la rueda”, lo cual exigía ser contracultural y asumir ciertos riesgos o costos temporales. Guardando las proporciones (y esperando resultados distintos) necesitamos que nuestros políticos sean visionarios, arriesguen e intenten “romper la rueda” de la polémica mezquina, del cortoplacismo y gustito momentáneo. Mal que mal, la política no es solamente vociferar ciertas mayorías y anhelos circunstanciales interpretando encuestas: como decía Bismarck, “el buen político es el que escucha mucho antes que el resto los caballos de la historia”.
Para romper la rueda se debe apostar por nuevas tendencias y salir de estos manuales demagogos tradicionales a estas alturas, con miras a instalar una cultura política diferente, no existente hoy pero sí en el horizonte que debe mover a un buen político. Necesitamos políticos que estén pensando en también marcar un eje que luego impacte en las encuestas, en vez de solamente mirar las encuestas para luego posicionarse sobre los ejes que ellas muestran.
Los ciudadanos electores somos protagonistas en este giro. Debemos comenzar a dar forma a una “nueva polarización”: antes que izquierdas y derechas, cobardes y valientes, nos dividirá si contribuimos al desgobierno generalizado o a recomponer el orden. En otras palabras, aislar progresivamente a los políticos que agravan la inestabilidad, que dividen y degradan la política, echando bencina al fuego de la situación actual; a la vez que respaldamos a políticos que marquen alguna diferencia propositiva, que se atrevan a apostar por ciertos mínimos de unidad y estabilidad con mirada de Estado.
Contamos con algunas oportunidades en este desafío. Si la gente reacciona con tanta indignación ante los últimos escándalos de corrupción e inmoralidades es porque existe una reserva social compartida de decencia y sensatez que aún sigue exigiendo algún estándar ético a nuestras figuras políticas.
Quienes se atrevan a dar el salto, podrán darle forma a un nuevo ciclo que nuestra patria pide a gritos, y cuya tardanza estamos cada vez pagando más caro.