El movimiento Solidaridad fue elegido, por primera vez y luego de 14 años desde su fundación, para liderar la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica (FEUC). Para muchos puede tratarse de un hecho insignificante, pero lo cierto es que es todo lo contrario. En parte por la relevancia histórica que ha tenido la FEUC para Chile, que ha sido una voz que pesa y se hace oír públicamente, además de ser cuna de líderes políticos e intelectuales. Ejemplos hay cientos: Giorgio Jackson, Claudio Orrego, Jaime Bellolio, por mencionar algunos.
El triunfo de Solidaridad es especialmente relevante como oportunidad para los aprendizajes y renovar las esperanzas. Solidaridad es un movimiento político universitario, inspirado en el socialcristianismo, identificable con una “centroderecha social”, con una profunda vocación reformista: esto es, problematizar la realidad constantemente cuestionando qué se debe modificar, relegitimar y mejorar para custodiar los pilares de nuestro orden social. Se origina el año 2010 en medio de la convulsión del movimiento estudiantil como alternativa política a la dirigencia de izquierda del momento.
Algunas claves interesantes: primero, en medio de un contexto político adverso, donde pocos están dispuestos a arriesgar y perder, marcado por el cortoplacismo electoral y la falta de principios, Solidaridad demostró lo contrario. Muestra de valor del trabajo de largo plazo, con horizonte y sentido de proceso, que durante 14 años solo conoció derrotas electorales y tragos amargos en ese ámbito pero, ante todo, supo perseverar. Así el trabajo abnegado de distintas generaciones gradualmente fue dando frutos que están comenzando a ser cosechados.
Por otro lado, la construcción de un proyecto duradero en el tiempo, sólo ha sido posible, pues existe una misión y horizonte claro, que ilumina el trabajo de quienes lo impulsan. El objetivo es impactar conciencias y corazones, con un ideario y visión de universidad y de país, para lo cual los cargos y espacios de influencia no son más que un medio o instrumento, nunca un fin en sí mismo.
En segundo lugar, Solidaridad representa una mentalidad y lógica de “vanguardia”, reformista. Entre las distintas derechas ortodoxas se suele percibir una mirada más “a la defensiva”, inmovilista, enfatizando la protección del modelo, del orden vigente. Hay verbos que en la derecha abundan: defender, recuperar, no ceder un milímetro… pero en Solidaridad se ha intentado cultivar una retórica que empuja hacia adelante, a la “conquista”, en vez de a cavar trincheras. Los verbos son más bien promover, proponer, construir y convencer. Por supuesto que no se trata de ser ingenuos, ante momentos de refundación y violencia generalizada como los que vivimos desde el estallido social, la defensa del orden y la resistencia son algo necesario y debe existir esa claridad: tal como todo deporte exige de momentos de defensa y también de ataque. Pero ningún partido se gana entrando a la cancha con mentalidad defensiva de antemano: la política requiere vocación de ofensiva, creerse el cuento de que nuestras ideas requieren llegar a todos lados porque son buenas, justas y necesarias.
Detrás de estas diferencias la derecha evidencia un espíritu muy despolitizante y herencias de otra época: la política sería actividad de izquierdas, donde siempre nos van a ganar, o de flojos y mediocres: a lo más sería un “mal necesario”. Se trata de una de las más peligrosas profecías autocumplidas y ya es hora de que se reformule. Necesitamos más y mejores vocaciones políticas, sin ser la derecha un mundo ajeno a esa tarea.
Finalmente, quisiera destacar de Solidaridad su capacidad de visibilizar el malestar social que agobia a tantas familias chilenas. Es un movimiento que siempre se ha desligado de las ópticas economicistas. Por lo mismo, lleva 14 años afirmando que en Chile hay precariedad material y espiritual, que las urgencias sociales en salud, educación, pensiones, vivienda siguen siendo tarea pendiente y que, en definitiva, la promoción de una cultura respetuosa de la dignidad humana se juega tanto en la defensa de la vida del que está por nacer como en mejorar las condiciones de nuestros compatriotas más excluidos y postergados.
No se trata de ceder al diagnóstico refundacional, de querer arrasar todo y desconocer las bases de nuestro progreso, pero sí de comprender que la mejor manera de proteger lo logrado hasta ahora es no conformarse nunca ni dejar de conmoverse por quienes siguen postergados. Parafraseando a Edmund Burke: “el mejor antídoto contra la revolución no es el inmovilismo, sino un decidido reformismo”.