Una forma de atacar a un presidente es a través de la figura de su mujer. Con o sin cargo oficial, en modalidad de Primera Dama o como una simple consorte a la sombra, la enorme y tradicional figura masculina se ha visto generalmente complementada por la mano suave de un diseño compuesto de falda y zapato de princesa.
Icónicas fueron Jacqueline Kennedy y Nancy Reagan desde el poder de la superpotencia global norteamericana, dejando la vara alta, Jackie en la forma de un sueño roto y Nancy como la afanosa esposa de un actor conservador. Más recientemente, Michelle Obama no sólo mostró compromiso con el “yes, we can”, sino que consiguió construir un perfil público positivo y de altura de miras que hizo pensar sobre la posibilidad de una nueva versión de Hillary Clinton reload, es decir, esta vez ganadora. Todavía no ha llegado esa ocasión. A nivel mundial, son miríadas los casos, pero estos ejemplos, en principio simples cruces de la historia que pudieron no haber sido nunca, han sentado bases firmes en nuestro imaginario sobre las acompañantes de los poderosos jefes de estado de Estados Unidos y otras latitudes planetarias.
Sin embargo, el camino de rosas de la compañía leal y la mirada cómplice, del último y casi único residuo de sinceridad en los intrincados y cínicos caminos del poder, es a menudo una imagen simplificada que puede llegar a ocultar que los matrimonios también han sido frecuentemente un dolor de cabeza presidencial. En los últimos años y hasta el presente hemos experimentado la estridencia mediática de sonoros casos de acompañantes que más, que arrimar el hombro, han contribuido a hacer zozobrar el barco, siendo en sí mismos factores que coadyuvaron a potenciar la tempestad.
El primer caso de acompañante es atípico, y por eso mismo puede ser destacado, al menos en una primera mirada ajeno a la pareja femenina. Su nombre es Sebastián Dávalos y llegó por rocambole a La Moneda a ocupar un cargo que tradicionalmente habían desempeñado las esposas de los presidentes hasta la fecha, dejando obviamente aparte el primer gobierno de Bachelet. Lo interesante aquí no es sólo que el hijo mayor de la Presidenta se viese inmerso en acusaciones de tráfico de influencias o parte de extraños negocios inmobiliarios, sino que apareció de manera indirecta una mujer, su esposa a la sazón, Natalia Compagnon, mencionada ineludiblemente por meses en debates televisivos y noticias de medios de comunicación, todo en un tono nefasto para el gobierno progresista de la madre y suegra.
Durante el presente gobierno, Irina Karamanos tomó el cetro de Primera Dama para descomponerlo contra el suelo a las primeras de cambio, tras una faramalla de términos ultra feministas que dejaron perplejo al pueblo de creyentes en la República de Chile, sus símbolos patrios y varias de sus prácticas, entre ellas la idea de asignar tareas entre culturales y solidarias a quien acompañase las labores ejecutivas y más crudas de la presidencia. Hoy Irina ya no está en funciones gubernamentales, no hay figura de Primera Dama y la que se entiende que es la pareja actual de Boric no dice ni mu.
Del otro lado del charco oceánico hacia el oriente, el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, anda muy cabreado por las investigaciones de las que es objeto su mujer, Begoña Gómez. Evidentemente, todo es parte de una disputa con fuerzas conservadoras españolas y si uno mira con lupa a cada actor político con cierto poder, encontraría más de un gusano cerca. Sin embargo, contando con todo ello y la maledicencia de todo tipo, lo cierto es que el ataque a la sra. Gómez por vía judicial, y no principalmente partidista, puede llegar a contribuir a dar una sensación de la existencia de importantes grados de corrupción dentro del actual gobierno. Entre otras cosas, este caso permite observa la debilidad de los gobernantes, pues quedan desnudos de títulos, su marido ya acusado en su día de plagio de parte de su tesis, y se confirma que otros muchos y otras muchas pudieron haber hecho mucho mejor las labores que se encomendaron a sí mismos, como ser profesores de ciertos temas, por poner un ejemplo que viene aquí al caso. Begoña trató de seguir con una vida profesional relativamente normalizada y ese quizás fue su error, pues abrió un flanco innecesario a las labores de su marido.
Con toda legitimidad, Sebastián quería seguir coleccionando Lexus y haciendo negocios, mientras veía a su madre firmar documentos de Estado. Irina soñó alguna vez con ser una destacada pensadora feminista, aprovechando su dominio de idiomas y su afán por aprender ideas abstractas que podrían cambiar las relaciones de género y, mediante ello, el mundo mismo. Begoña pensó caminar en paralelo y tener una vida profesional propia, conectada con la universidad española y sin tanto foco mediático. Cada uno y cada una se equivocaron, pues, parafraseando evidentemente a Neftalí Reyes, parece que nos gustan “las esposas de los presidentes” cuando callan, quizás porque están como ausentes.