En mayo de este año una nueva polémica se desarrollaba en el Congreso Nacional. El Gobierno había dado urgencia a la tramitación del Proyecto de Ley para instruir el día 15 de septiembre como el Día Nacional del Vino Pajarete. Algunos honorables se mostraron molestos, y se puede decir, que hasta desconcertados, pues estimaban que había temas de mayor relevancia que se debía legislar, en vez de votar que el Pajarete tuviera su día en el calendario nacional.
Quizás el nombre de este producto resulte llamativo, sin embargo, se encuentra inmerso en nuestra historia desde 1790, cuando los jesuitas españoles trajeron a este nuevo continente vino para sus misas, según indican los registros del historiador Pablo Lacoste. De esta forma se inicia la historia de este singular vino en las colonias de este lejano país llamado Chile.
Al llegar los jesuitas al norte, requirieron producir su propio vino para no depender de los productos de la Península, por lo que enseñaron a los residentes el cultivo de la vid y la producción de este dulce y aromático vino. Es así que quienes se quedaron en la región de Atacama, con los saberes adquiridos y colonizando las tierras, iniciaron la producción del vino. Poco a poco este brebaje dulce, generoso y de aromas florales se hizo famoso en la Zona Norte, llegando también su fama a la capital. De seguro nuestras bisabuelas degustaron este elixir de sabor.
En 1953, el vino Pajarete obtiene su Denominación de Origen, siendo el primer vino chileno en recibir este reconocimiento, demostrando así su importancia a mediados del siglo pasado. No obstante, condiciones políticas y sociales de nuestro país llevaron a finales del mismo siglo a olvidar el Pajarete dejando guardada su tradición en el Valle del Huasco.
Las familias que elaboraban este vino mantuvieron su producción de forma artesanal, en pequeñas cantidades, destinándolo principalmente al consumo propio, pero manteniendo las tradiciones: las uvas que ellos mismos cultivaban, las levaduras del Valle y el ambiente siempre alumbrado por el sol del norte, en síntesis, su propio terroir.
Nosotros, como equipo investigador, en este siglo aportamos con nuestros conocimientos científicos a reforzar su producción y apoyar en su comercialización, pero siempre respetando la tradición de los agricultores, logrando que el vino Pajarete volviera en majestad nuevamente a Santiago, ya no a granel como antaño, sino que en botellas, con marcas y etiquetas propias de cada agricultor y cuidando las cualidades sensoriales que lo hicieron tan importante para los colonos jesuitas. Quizás poco se sabe que este vino ha competido a nivel internacional con otros vinos dulces y muchas de sus marcas cuentan con medallas de oro.
Como país, más que generar polémicas debemos estar orgullosos y celebrar junto a estas familias cuidadoras del tesoro patrimonial e identidad nacional, que en más de una ocasión lo hemos perdido con otros productos.
Hoy muchos de los productores ya son mayores, pero continúan elaborando este vino Pajarete. Decir que es parte de su cultura y de su familia no es exagerar, porque son saberes traspasados y aprendidos de sus abuelos ¡Un vino con más de 200 años de tradición!
Vayan mis sinceros reconocimientos y admiración a las familias y marcas que hoy, con merecida razón, celebran el Día del vino Pajarete, de quienes conocí, de primera fuente y sin intermediarios esta bella tradición: Vendimia del Desierto, Ernesto Perfecto, Armidita, Glaciares del Alto, El Churcal, Doña Violeta, Brillador, Remanso y Alma del Valle.