Nacido en el rincón de un barrio bravo, donde el viento soplaba frío entre paredes desnudas y los vicios, el crimen y la delincuencia son el pan de cada día. Ángel “Camaleón” Ayala creció en un hogar de cuartos pequeños, la vida habita en los límites de lo precario. La escasez no venció al hambre, al hambre de ser… el poder en sus manos ha sido su principal herramienta de trabajo, albañil, comerciante o boxeador… en cada golpe desafía su destino, cada puño era un grito de libertad, el box se hizo su aliado y Ayala, el niño de cuartos pequeños, se ha convertido en guerrero de sus propias batallas, pero en absoluto ha sido un camino fácil.
La primera lección llegó desde que era un pequeñuelo. “Yo era el más chico en la calle, y me pegaban mucho. Desde muy niño aprendí a defenderme. No me rajaba nunca, aunque me pegaran”, recuerda. Fue esa necesidad de defenderse lo que lo llevó al boxeo.
El pasado 9 de agosto se convirtió en campeón mundial de peso mosca de la Federación Internacional de Boxeo (FIB) al derrotar por nocaut en el sexto round al filipino Dave Apoliriano. “Todavía no me visualizo como campeón. Yo tengo otro tipo de metas”, dijo en entrevista exclusiva para La Afición con la humildad que caracteriza a los luchadores que no olvidan de dónde vienen.
Una historia de superación
“Camaleón” creció en Chimalhuacán, donde la violencia es parte de la vida diaria. La ausencia de su papá en sus primeros años de vida dejó una marca profunda en Luis. “Mi papá se fue a Estados Unidos a tratar de darnos una vida mejor, y yo no lo entendía en ese momento”, confiesa. Ahora, como padre, comprende los sacrificios que hizo su papá. “Yo prefiero ver a mi hija solo por ratitos, pero tenerla bien. Que si se enferma, pueda llevarla al hospital y responderle, en vez de estar con ella todo el tiempo y que no tengamos ni para comer”.
Su papá, que había pasado tres años trabajando en Estados Unidos, regresó a México cuando Luis tenía diez años y los llevó a él y a su hermano al gimnasio. “Mi papá nos veía peleando en la calle o jugando en el play, así que nos llevó al gimnasio”, comenta. Desde entonces, el gimnasio se convirtió en su refugio y en el lugar donde canalizó toda su energía.
Ángel comenzó a trabajar desde los diez años. Ayudaba a sus tíos y a su papá en la construcción, cargando materiales y aprendiendo a hacer todo tipo de trabajos en casa. “Era pesado, pero también aprendí a madurar más rápido. A hacer de todo en la casa. Si algo falta, aunque no lo sepa hacer, lo investigo y lo hago”, cuenta con orgullo.
Cuando no había trabajo, “Camaleón” y su familia vendían en el tianguis lo que podían: herramientas, ropa, y cualquier cosa que pudiera generar algo de dinero. “Yo venía chacharitas o cositas de la… Haz de cuenta que herramienta que teníamos que ahí le íbamos a jubilar, íbamos y la vendíamos en 10, 20 pesitos. O ropa que ya íbamos a cargar, pues la echábamos. Yo prefería vender cositas en el tianguis que andar haciendo cosas malas”, declaró muy convencido.
Luis tuvo a su hija a los 21 años, y aunque ya no está con la madre de la niña, su amor por su hija ha sido un motor de cambio en su vida. “Era un perro infiel, un callejero. Pero ahora me concentro en mi hija, me duermo temprano, y cuando estoy con ella, trato de ser el mejor papá”.
En sus días libres, Luis disfruta de pasar tiempo con su hija en el gimnasio, cuidarla y estar presente en su vida, algo que él no tuvo con su propio padre. “Trato de estar con ella todo lo que puedo, y eso me motiva más que cualquier cinturón”.
Ángel comparte una historia llena de superación y resiliencia, marcadas por el trabajo duro y el apoyo incondicional de su familia. Sus años escolares, que no fueron fáciles. Estudió durante la primaria, pero al mismo tiempo trabajaba los fines de semana o en vacaciones. “La escuela era muy difícil… la maestra no me quería para nada, me odiaba”, la falta de paciencia de la maestra lo hizo cambiar de escuela. Sin embargo, fue en la nueva institución donde encontró a una maestra que cambió su vida: “Gracias a ella aprendí a leer muy bien, a escribir y las matemáticas”.
La situación económica de su familia era complicada; Ángel comenzó su camino en el boxeo desde temprana edad, pero su vida nunca fue fácil. Mientras estudiaba, trabajaba los fines de semana y durante las vacaciones para ayudar en casa. La escuela fue un reto; una maestra lo trataba mal, apenas sabía leer y escribir, pero una verdadera amante de la docencia apostó por él, enseñándole a leer y dominar matemáticas avanzadas. “Esa maestra fue la que me hizo ser chingón”, comenta Ayala, recordando con gratitud cómo ella lo sacó adelante.
El debut
El debut a los nueve años, y aunque esperaba que fuera su gran salto, la realidad fue distinta en su primera pelea como profesional recibió un golpe de realidad. “Me pagaron dos mil quinientos pesos, ¡ni lo de los guantes!”, recuerda, enfatizando las dificultades económicas y los abusos de los promotores.
A pesar de las adversidades, Ángel ha mantenido un récord invicto, enfrentándose a rivales con mayor experiencia y peleando en condiciones adversas. Cada pelea ha sido una batalla no solo contra sus oponentes, sino contra las circunstancias de la vida. “Desde arriba ya me estaban diciendo que me iban a dar en la madre, pero me calenté, me puse en contra de todo y me subí al ring”, cuenta sobre una de sus peleas más memorables, donde logró vencer a un rival más experimentado en su propia casa.
La secundaria y la preparatoria tampoco fueron sencillas, especialmente con la presión económica que vivía su familia. “Mi papá me decía que tenía que estudiar, que para expresarme bien necesitaba saber”, recuerda Ayala, quien al mismo tiempo ya estaba metido en el boxeo de lleno.
Desde que empezó a pelear, Ayala no solo encontró un deporte, sino una salida de las calles. A pesar de las tentaciones del barrio, como vender drogas o robar, él siempre se mantuvo firme gracias a las enseñanzas de su madre y la disciplina del boxeo. “Crecí viendo drogas y todo eso, pero nunca me gustó. Siempre supe que no era para mí”, asegura.
Aunque el boxeo ha sido su principal fuente de ingresos, Ayala nunca se ha alejado del trabajo duro. “He sido colador, he levantado bloques y he trabajado en la construcción. Eso me ha ayudado a mantenerme fuerte y en forma”, comparte. Incluso con cinturones y títulos en su haber, Ayala sigue trabajando en lo que sea necesario para mantener a su familia y seguir adelante.
Camaleón no solo lucha por él mismo, sino que también se preocupa por su comunidad. A lo largo de los años ha ayudado a rehabilitar a jóvenes en situaciones complicadas, dándoles una oportunidad de cambio en su gimnasio en Chimalhuacán, el cual fundó con el apoyo de su padre. “Hemos visto a muchos chavos salir adelante. Eso es una bendición, aunque no todos lo logran”, menciona con un tono reflexivo.
“No he cambiado y no voy a cambiar. Voy a seguir siendo el mismo, porque esa es mi sangre y ese es mi humor”. Ayala contó en esta exclusiva cómo en más de una ocasión estuvo a punto de abandonar su sueño. Las dificultades económicas y personales lo llevaron a cuestionar su futuro. Le habrá le habían prometido un pago por 6000 pesos mismo que jamás vio. “Mi padre me dijo, no te preocupes hijo… le dije vale madre ¡me robaron! Mi padrino estaba ahí, y me dijo no te preocupes hijo ¿cuánto iban a pagar? Dije, pues 6 mil pesos y mi padrino agarró y me dio 6 mil pesos”. La poca remuneración lo llevó a la frustración 2 mil 500 pesos en la primera pelea pues en la segunda me pagaban 1 mil 500 y dije esto no sirve no, no sirve me voy a meter de lleno a trabajar o a estudiar de nuevo porque pues vale madre”. El gesto que tuvo su padrino lo hizo reflexionar y continuó peleando.
En uno de los momentos más críticos, Ayala tuvo que pelear contra Hugo “Chacal” Hernández apenas con cuatro peleas profesionales en su haber. Aceptó la pelea a ocho rounds y, aunque era un rival mucho más experimentado, no dudó en aceptar el reto. “Nunca me pudo tocar, y la verdad le hice bailar como nunca”, comenta con orgullo. “Le di la bailada de su vida”, dice entre risas.
Pero los golpes más duros de Ayala no han sido en el ring. Su hija, nacida después de un embarazo de alto riesgo, se convirtió en su razón de ser y de luchar. Tras su nacimiento, Ayala vivió momentos de angustia cuando su pequeña enfermó de bronquitis, poniendo en riesgo su vida. Sin dudarlo, Ayala gastó todo lo que tenía para garantizar la salud de su hija, dejándolo en una situación económica difícil.
A pesar de estos retos, el boxeador nunca dejó de pelear. Con su hija y su pareja como motivación, Ayala volvió al ring a pesar de una fractura en la mano que le dificultó entrenar y pelear con normalidad. “Peleé con una mano y gané”, dice con una sonrisa que mezcla orgullo y dolor. Esa victoria fue un recordatorio de su resistencia y determinación.
Como si fuera poco, Ayala también enfrentó una enfermedad severa que lo dejó postrado en cama, sin poder comer ni beber durante 2 semanas. Sin embargo, la necesidad de seguir adelante lo empujó a volver al entrenamiento apenas pudo levantarse. Con tan solo 15 días de recuperación, aceptó una pelea contra el “Gemelo” Alvarado, a pesar de estar débil y con su mano aún resentida. “Peleé casi sin entrenar, con una mano todavía resentida, y gané. Mi familia me decía que tenía mucho valor por pelear así, pero yo lo hice por mi hija. Mi papá me enseñó a darlo todo por la familia, y eso es lo que hago”.
En cada golpe, Ayala lleva consigo la imagen de su hija. “Mi hija lo es todo para mí”, comenta emocionado. “Cada pelea, cada entrenamiento, todo es por ella”. Ayala recuerda un momento difícil de su carrera, cuando enfrentó a un rival con 42 peleas y 39 knockouts. “Me decían, ‘wey, no mames, que pedo’, pero yo pensaba en mi hija y le aventé con huevos porque no había de otra”. La pelea fue dura, pero Ayala se mantuvo de pie, recordando que su hija lo vería como un héroe.
Además de su familia, Ayala ha encontrado refugio en la fe. Después de pasar por momentos difíciles, como problemas en casa que se reflejaron incluso en plagas que infestaron su hogar, decidió acercarse a la iglesia. “Me fueron a bendecir la casa y al otro día ya no había nada. Fue un cambio increíble”, relata. Desde entonces, Ayala se ha apoyado en su fe y en la comunidad para salir adelante, y también se dedica a ayudar a jóvenes en el gimnasio donde entrena.
Ángel Ayala tiene claro que su mayor logro no es un título, sino su familia. “El día más feliz de mi vida fue cuando nació mi hija”, confiesa. “Ganar cinturones está bien, pero lo que más me emocionó fue noquear después de dos años sin hacerlo, porque noquear es parte de mi trabajo, pero ser papá es todo”.
Con la mirada puesta en el futuro, Ayala sueña con ser campeón unificado y pelear contra los mejores, sin importar si hay cinturones de por medio. “Quiero que la gente me recuerde como un peleador que nunca se rajó, que siempre subió contra los mejores”, afirma. Para él, no se trata solo de ganar, sino de mostrar que, sin importar las adversidades, siempre se puede seguir adelante.